
Los principios y valores que rigen el funcionamiento de las empresas cooperativas, y que fueron revisados por parte de la Alianza Cooperativa Internacional en 1995, nos hablan de un modelo empresarial mucho más humano que el de la economía convencional. Los valores en que se basan las cooperativas son: auto-ayuda, responsabilidad, democracia, igualdad, equidad y solidaridad. Los siete principios establecen: adhesión voluntaria y abierta, gestión democrática, participación económica, autonomía e independencia, educación, formación e información, cooperación entre cooperativas, interés por la comunidad. Así, el cooperativismo se presenta como un modelo que promueve la igualdad de las personas en el acceso al trabajo y a los recursos así como el empoderamiento, apostando por la propiedad colectiva y poniendo las personas en el centro de las organizaciones.
Sin embargo, la desigualdad en el acceso al trabajo no es una realidad que se desprenda únicamente del sistema económico. El capitalismo se articula y actúa sinérgicamente con otros sistemas de dominación que provocan una distribución desigual de los derechos y de los recursos. El patriarcado es probablemente el sistema de dominación más antiguo y de mayor alcance, en tanto que afecta a todas las sociedades humanas y actúa en todos los espacios sociales. Es el sistema de dominación de los hombres sobre las mujeres, sustentado sobre la institución de la familia convencional (monógama y heterosexual) y que se extiende al resto de la sociedad. Una de las expresiones más visibles del patriarcado es la llamada división sexual del trabajo, que establece la atribución segregada de las actividades económicas en función del sexo de las personas.
Así pues, ¿Qué respuesta reciben estas desigualdades desde la economía?
La preocupación por la distribución sexual del trabajo y las desigualdades resultantes en la distribución del acceso a los recursos, en el trabajo y en los espacios de toma de decisiones han sido una de las piedras angulares de las perspectivas feministas dentro de la economía. En este sentido, las perspectivas feministas han desdibujado los propios límites de la economía como espacio de producción. Más concretamente, la perspectiva de la Economía Feminista emerge poniendo el foco sobre la importancia del trabajo doméstico y de cuidados como sustentador del resto de la economía, y señalando la división sexual del trabajo como raíz de las desigualdades entre mujeres y hombres. En las últimas décadas se ha desarrollado el paradigma de la "sostenibilidad de la vida" que hace referencia a la necesidad de facilitar todas aquellas actividades económicas que permiten la vida.
Y entonces, ¿Cómo se articulan el cooperativismo y la economía feminista?
La Economía Social y Solidaria (ESS), que integra el cooperativismo, y la economía feminista tienen puntos de encuentro. La percepción cooperativa de la economía prioriza la visión a largo plazo, sostenible y no especulativa, se responsabiliza del impacto social y ambiental de sus actividades, se centra en dar respuesta a las necesidades de las personas, e instaura la democracia como modus operandi.
En definitiva, tanto la ESS como la economía feminista apuestan por una economía basada en el valor de uso y en la satisfacción de las necesidades humanas, en contraposición a la maximización del beneficio en términos monetarios, que es el principio rector de la economía convencional. Tanto la ESS como la economía feminista se proponen poner a las personas en el centro, y es a partir de este propósito compartido que los vínculos entre ambas se están fortaleciendo los últimos años.
Sí, la ESS y la economía feminista tienen puntos de encuentro, pero esto no es sinónimo de que el cooperativismo esté libre de muchas de las críticas feministas a la economía. Lo cierto es que el cooperativismo surge y se da en el contexto de una sociedad patriarcal y, por este motivo, reproduce sus lógicas. El cooperativismo no es ajeno a que hombres y mujeres se ocupen menudo en sectores diferentes de la economía, y que unos se valoren más que los otros. Tampoco es ajeno a que las mujeres se ocupen de la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados en nuestra sociedad, un conjunto de actividades imprescindibles que se encuentran profundamente minusvaloradas, y que tiene unas implicaciones concretas sobre el trabajo mercantil de las mujeres, especialmente en términos de conciliación de los tiempos laboral, personal y familiar. Nuestra cultura es patriarcal, y los hombres y mujeres que conformamos el cooperativismo no somos ajenos a ello.
La cultura patriarcal dentro de las organizaciones también emerge en la forma en la que se toman las decisiones. Históricamente han sido los hombres (blancos, adultos y heterosexuales[1]) los que han ocupado los espacios de poder, las asambleas y los consejos, y hay que cuestionar hasta qué punto se está redistribuyendo el poder en estos espacios actualmente.
En síntesis, el cooperativismo es un modelo de organización del trabajo que apuesta por la igualdad entre las personas, pero esta meta es inalcanzable si no se tienen en cuenta las diversas fuentes de la desigualdad. Articular la economía feminista y el cooperativismo es hoy en día un reto fundamental para construir modelos que promuevan una verdadera igualdad entre las personas.
[1] Omitimos el factor socioeconómico por la estrecha vinculación histórica entre el cooperativismo y el movimiento obrero.
Imagen: extraída de www.economiacritica.com